miércoles, 6 de junio de 2012

LA CABEZA DEL RABÍ

Cuento oriental)

A Emelina

I

¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos que contar:
de una sirena de mar,
de un ruiseñor y una estrella,
de una cándida doncella
que robó un encantador,
de un gallardo trovador
y de una odalisca mora,
con sus perlas de Basora
y sus chales de Lahor.

II

Cuentos dulces, cuentos bravos,
de damas y caballeros,
de cantores y guerreros,
de señores y de esclavos;
de bosques escandinavos
y alcázares de cristal;
cuentos de dicha inmortal,
divinos cuentos de amores
que reviste de colores
la fantasía oriental.

III

Dime tú: ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
que los cuentos orientales
les gustan a las mujeres;
así, pues, si eso prefieres
verás colmado tu afán,
pues sé un cuento musulmán
que sobre un amante versa,
y me lo ha contado un persa
que ha venido de Ispahán.

IV

Enfermo del corazón
un gran monarca de Oriente,
congregó inmediatamente
los sabios de su nación;
cada cual dio su opinión,
y sin hallar la verdad
en medio de su ansiedad,
acordaron en consejo
llamar con presura a un viejo
astrólogo de Bagdad.

V

Emprendió viaje el anciano;
llegó, miró las estrellas;
supo conocer en ellas
las cuitas del soberano;
y adivinando el arcano
como viejo sabedor,
entre el inmenso estupor
de la cortesana grey,
le dijo al monarca: «¡Oh Rey!
Te estás muriendo de amor».

VI

Luego, el altivo monarca,
con órdenes imperiosas
llama a todas las hermosas
mujeres de la comarca
que su poderío abarca;
y ante el viejo de Bagdad,
escoge su voluntad
de tanta hermosura en medio,
la que deba ser remedio
que cure su enfermedad.

VII

Allí ojos negros y vivos;
bocas de morir al verlas,
con unos hilos de perlas
en rojo coral cautivos;
allí rostros expresivos;
allí como una áurea lluvia,
una cabellera rubia;
allí el ardor y la gracia,
y las siervas de Circasia
con las esclavas de Nubia.

VIII

Unas bellas, adornadas
con diademas en las frentes,
con riquísimos pendientes
y valiosas arracadas;
otras con telas preciadas
cubriendo su morbidez;
y otras, de marmórea tez,
bajas las frentes y mudas,
completamente desnudas
en toda su esplendidez.

IX

En tan preciada revista,
ve el Rey una linda persa
de ojos bellos y piel tersa,
que al verle baja la vista;
el alma del Rey conquista
con su semblante la hermosa,
y agitada y ruborosa
tiembla llena de temor
cuando el altivo Señor
le dice: «Serás mi esposa».

X

Así fue. La joven bella
de tez blanca y negros ojos,
colmó los reales antojos
y el Rey se casó con ella.
¿Feliz, dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
no es feliz la Reina allí
la linda persa agraciada,
porque ella está enamorada
de Balzarad el rabí.

XI

Balzarad tiene en verdad 
una guzla en la garganta, 
guzla dúlcida que encanta 
cuando canta Balzarad. 
Vióle un día la beldad 
y oyó cantar al rabí; 
de sus labios de rubí
brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
de la celestial hurí.

XII

Por eso es que triste se halla 
siendo del monarca esposa, 
y el tiempo pasa quejosa 
en una interior batalla. 
Del Rey la cólera estalla, 
y así le dice una vez:
«Mujer llena de doblez:
di si amas a otro, falaz».
Y entonces de ella en la faz
surgió vaga palidez. 

XIII

Sí. -le dijo-, es la verdad;
de mi destino es la ley: 
yo no puedo amarte, ¡Oh Rey! 
porque adoro a Balzarad. 
El Rey, en la intensidad, 
de su ira, entonces, calló; 
mudo, la espalda volvió; 
mas se veía en su mirada 
del odio la llamarada, 
la venganza en que pensó. 

XIV

Al otro día la hermosa 
de parte de él recibió 
una caja que la envió 
de filigrana preciosa; 
abrióla presto curiosa 
y lanzó, fuera de sí, 
un grito; que estaba allí 
entre la caja, guardada, 
lívida y ensangrentada 
la cabeza del rabí. 

XV

En medio de su locura 
y en lo horrible de su suerte, 
avariciosa de muerte 
ponzoñoso filtro apura. 
Fue el Rey donde la hermosura, 
y estaba allí la beldad 
fría y siniestra, en verdad, 
medio desnuda y ya muerta, 
besando la horrible y yerta 
cabeza de Balzarad. 

XVI

El Rey se puso a pensar 
en lo que la pasión es, 
y poco tiempo después 
el Rey se volvió a enfermar.

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